martes, 14 de julio de 2009

II



LAS PRISIONES DE LA ALTERIDAD

A veces quisiera tirar mis cuadernos,
pasear por el parque en verano
y salir al encuentro de mi vida,
que poco a poco me han quitado.
Porque soy conciente
que hay algo más bajo el sol
que estas tardes tristes
y somnolientas.
Por eso miro por la ventana,
esperando impaciente,
a cualquier ser viviente
que cruce cargando su libertad
porque la mía,
como tantas otras,
duerme ausente.


Y me desarmo de pena
porque tengo privilegios
cuando otros van directo
a lo que tanto temo y no comprendo.
Pero pienso de nuevo
y mis lágrimas no tienen sentido,
porque siento en el alma
que es mi derecho vivir
como quiero.


¡cuántos como yo
que jamás volverán a sentir
el esplendor de la primavera en el rostro!
¡cuántos más que fueron borrados de la Historia:
su nombre, su rostro, su honra!
....
Necesito creer
que en el fondo
todo ser es vulnerable
porque se me hace imposible
ser parte de un mundo
tan frío y severo.
Necesito saber
que la gente es como yo,
de carne y hueso,
que a veces llora
y piensa en sexo.
También espero
que la felicidad no sea una ingenua ilusión
y lo que para mi lo es todo
no sea un sueño
como los cuentos sádicos
de civilizados cristianos
en coches verdes y agrisados.


Espero algún día
ser importante,
vivir de mis sueños,
Querida amiga,
y que el mundo
conozca mi nombre
y lo grite.

Porque no hay dolor más grande
que el de haber vivido en vano,
en el oscuro silencio
de estruendos y cuerpos calcinados.
Como si la vida valiera tan poco,
no poder elevarla
a la inocencia y la pureza
por encima del horror
de la carne fusilada
por las cruces de la infamia.


Y no pocas veces me duele
haber elegido esta vocación
porque me obliga a ser
constantemente conciente
de la brutalidad.
La indignación se vuelve tan insoportable
que no me queda más
que llorar por dentro como un párvulo
y desear abstraerme del mundo por completo.


Esta es mi historia
la de una persona,
como cualquier otra,
que se atrevió a soñar
en los dominios
de la desilusión
y la bronca,
entre páginas blancas
y cuatro paredes
de agonía
y viejas costumbres.
Pero esta prisión
no es física,
los barrotes de mi existencia
son los valores que imperan en el mundo:
Ignorancia y miseria.


Ana Frank murió en Bergen-Belsen
pero sus sueños viven
en los corazones
de aquellos que conocen el odio del mundo
y la locura del hombre,
que recuerdan con dolor
el amargo sabor de la guerra
y que por lo menos
una vez existiera
la libertad en lugar de la condena.


Ana Frank somos todes…
les jóvenes
que vivimos exiliades y proscriptes
en nuestra propia patria,
en el anexo secreto del armario, de la marginación,
de la dignidad y la certidumbre arrancadas.


Y como Ana,
algún día volveremos...
a ser consideradas personas.

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